Burnout

Texto publicado en la sección En los dos sentidos de la Red de Psicoanálisis y Medicina:

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Comentario de la noticia: Quemada: voy a dejar de ir al ambulatorio para pasarme por el sindicato

«El síndrome del trabajador quemado (burnout) figurará en la próxima Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-11) de la Organización Mundial de la Salud (OMS) como un problema asociado al empleo o al desempleo».

Una vez etiquetado el síntoma, el síndrome, como ocurre con otros tantos desplegados en las clasificaciones internacionales (CIE, DSM), se traslada la responsabilidad al sistema sanitario: así convertimos una cuestión de la vida en un proceso patológico que debe tratarse para recuperar la salud. Y debe tratarse por un médico o un psicólogo, cuando quizá en este caso deberían participar otros agentes más adecuado, por ejemplo, los sindicatos.

Muchas personas consultan a sus médicos porque su trabajo los estresa. Podría pensarse como una consulta conveniente para aliviar los síntomas derivados de una sobrecarga laboral, de un trabajo en régimen de esclavitud —que hay muchos—, o simplemente de los excesos de un jefe incompetente —los competentes no se exceden— o de una responsabilidad mal gestionada. Y en principio, no cabría dudar de la pertinencia de esas consultas en cuanto a demanda de un alivio sintomático, si no fuera porque lo que se pretende muchas veces no es tanto ese alivio, sino la supresión del origen del malestar. Es decir, la solución del problema. Lo que pasa es que este tipo de problemas no se resuelven en las consultas médicas o psicológicas, sino en otros ámbitos, como propone Marta Sanz en su artículo: en el sindicato o en el comité de empresa. Tampoco se piensa el estrés, la ansiedad o la angustia —según el registro— como una reacción sana a una amenaza exterior, como un aviso, y se acaba transformando en un desarreglo interior que precisa medicalización.

Por ejemplo: si un estudiante de oposiciones los días previos al examen nos pide una pastilla para dormir porque los nervios no lo dejan conciliar el sueño y necesita estar descansado al día siguiente, ¿qué médico se la negaría? Creo que es una indicación de lo más oportuna para una benzodiacepina. Lo que a cualquiera le parecería un desatino es que el estudiante en cuestión nos pidiera que lo ayudáramos a aprobar el examen, porque eso escapa a nuestras competencias clínicas.

Sin embargo, a casi todo el mundo le parece normal que alguien que tiene problemas en el trabajo venga al médico a pedir la baja laboral porque no puede soportar más la presión. En principio tampoco estaría mal si la baja se aprovechara para ir al sindicato y organizar la solución del problema. Pero normalmente esto no es así, sino que el paciente se enreda entre médicos, tratamientos y unidades de salud mental sin enfocar el lugar preciso origen del asunto. Quizá porque el tratamiento quirúrgico, la extirpación de la lesión que produce los síntomas, siempre se ha visto como algo agresivo, demasiado radical y definitivo: no quiero vivir sin mi apéndice pero con ella inflamada tampoco puedo.

Y los profesionales sanitarios no estamos inmunizados al problema, es más, somos un colectivo de riesgo. Enrique Gavilán, un médico de familia de Extremadura, acaba de divulgar su experiencia en el descenso y recuperación de los infiernos del burnout en su libro recién publicado Cuando ya no puedes más, que ya se ha convertido en referente nacional. Mónica Lalanda, también médica de familia e ilustradora del libro, insiste en «no nos quemamos, nos queman», poniendo el acento en que cada cosa ocupe su lugar.

No se trata de ignorar la evidente responsabilidad personal en lo que le pase a cada uno en el espacio donde decide exponerse para vivir, sino de que debe abordarse cada cuestión donde pueda ser abordada. Si el estrés del trabajo desata una neurosis latente, pues habrá que tratarla, pero no desatendiendo el manejo de la circunstancia externa que la ha desencadenado, porque ningún individuo puede vivir ajeno e impermeable al entorno. Deberá incluirse al sindicato en el tratamiento del trabajador quemado, porque si no, médicos y psicólogos nos limitaremos a simples abordajes positivistas inoperativos más allá de la pura especulación teórica.

Tal vez la liquidez de nuestros tiempos, tan bien dibujados por Bauman, nos haya confundido de orilla, arrastrados por una corriente que se nos va de las manos. Quizá vaya llegando el momento de arriar las velas y poner en marcha los motores de nuestras vidas. Quiero pensar que no se nos hayan perdido las cartas de navegación.

El médico a mano

Texto publicado en la sección En los dos sentidos de la Red de Psicoanálisis y Medicina:

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Comentario del artículo La medicina instantánea sin fronteras:

El Sistema Nacional de Salud británico, el NHS, ha lanzado hace ya tres años la app GP at Hand con el propósito de que sus ciudadanos puedan acceder de forma inmediata a una consulta con su médico de cabecera (GP) a través de la aplicación informática. De esta manera pretenden descongestionar las saturadas consultas de atención primaria, un mal generalizado en occidente, especialmente en los sistemas de salud universales y aparentemente gratuitos. Además, los británicos cuentan con la posibilidad de realizar sus consultas a través de Skype. Bondades tecnológicas alabadas por profesionales que conozco y que las han utilizado. Esta tendencia a la promoción de «su médico a mano» se empieza a extender a otros lugares, por ejemplo en Chile ya han adoptado esta atención inmediata y virtual, así como algunas aseguradoras privadas que la anuncian en sus campañas publicitarias. La cuestión es si esta omnipresencia médica es buena o mala.

El autor del artículo concluye con esta ironía final: «Las dudas sobre la fiabilidad de tales procedimientos o la competencia técnica de los supuestos expertos no dejan de ser lamentos injustificados de nostálgicos opuestos al progreso, como probablemente considere el ministro de salud británico. En la competición por dar servicios inmediatos a demandas absurdas no hay límites. La competencia clínica, la seguridad del paciente y la garantía de cualificación de los profesionales son cosa del pasado. Bienvenida la medicina sin fronteras».

Más allá de estos argumentos, me parece que si la tan promovida accesibilidad universal de la sanidad pública, también de la nuestra, se ha pervertido en muchas ocasiones con la sobreutilización innecesaria de las consultas médicas, facilitar más aún este acceso dará lugar a una población todavía más dependiente del sistema sanitario, con progresiva incapacidad para dispensarse unos mínimos cuidados de sentido común. Esta atención virtual instantánea de servicio permanente, aparte de las consideraciones sobre la cualificación de los profesionales que la atiendan, alimentará la confusión actual entre accesibilidad e inmediatez, una confusión que distorsiona uno de los pilares de los sistemas sanitarios públicos: la equidad. Y es que la atención sanitaria no se puede dispensar en clave de igualdad, sino de equidad: dar a cada uno la asistencia que precisa en un determinado momento, no la misma para todos sin individualizar cada caso. Estas herramientas implementadas de manera masiva y sin filtros no harán más que promover la llamada ley de cuidados inversos, enunciada por Tudor Hart a principios de los setenta, por la que las personas con mayores necesidades reciben menos cuidados: «El acceso a la atención médica o social de calidad varía en proporción inversa a su necesidad en la población asistida».

Pareciera que la palabra se está desterrando cada vez más de las consultas médicas para convertirlas en expendedores de recetas, tal como nos lo mostró recientemente Kepa Torrealdai en el último encuentro de Tenemos que hablar. Quizá esta deriva enmudecedora termine con las consultas transformadas en literales máquinas expendedoras de diagnósticos y tratamientos como está ocurriendo ya en China. Tal vez los médicos, los sanitarios estemos obligados por nuestra ética profesional a intervenir de una manera más decidida con un «tenemos que hablar» bastante más contundente.

El solucionismo, ¿qué podemos objetar?

Preparación del Encuentro Tenemos que Hablar 5 de la Red de Psicoanálisis y Medicina a partir del fragmento de un texto de la bibliografía seleccionada.
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Fragmento escogido:
«…el solucionismo es la ideología que legitima y sanciona las aspiraciones de abordar cualquier situación social compleja a partir de problemas de definición clara y soluciones definitivas».
«…desarrollado ideológicamente en Silicon Valley, el término solucionismo tiene su propia utopía: la de transportar a la humanidad a un mundo sin problemas».
Marina Garcés en Nueva ilustración radical, p. 55.

 

Nos enseñaron en nuestras facultades y luego continuamos aprendiendo en la calle que a cada problema hay que aportarle su correspondiente solución, a cada demanda su correspondiente taponamiento en forma de prescripción, y así fantasea moverse el mundo, hacia una utopía perfecta, dentro y fuera de las consultas, un mundo sin problemas.

Sin embargo, esta aparente intención de solucionar los problemas que a cada uno se le van presentando a lo largo de la vida contrasta con lo que podemos observar con frecuencia en nuestras consultas y en nuestro entorno: que la gente parece buscarse problemas en los que depositar su angustia existencial a modo de excusa para evitar ocuparse de asuntos de mayor relevancia, tales como plantea Marina Garcés con «¿es esto vivir?». Demasiado inquietante para competir con las ansiedades cotidianas, a la vez que algunas de estas ansiedades aparentan ser infranqueables.

Con todo, los profesionales de la salud nos sesgamos en esta deriva solucionista: a los médicos nos tranquiliza que el paciente venga simplemente al control de su diabetes, se ajusta el tratamiento si es preciso, se deja solicitado el siguiente análisis de sangre y caso solucionado. Por hoy…

Un solucionismo social contagioso con el ideal de felicidad aplanada e irreflexiva alienada en entretenimientos a golpe de clic, muy gráfico en época preelectoral con tantas propuestas de soluciones definitivas a los complejos problemas del país.

A este solucionismo imperante podemos objetar desde el psicoanálisis que a la demanda de recetas milagrosas se opone el deseo de que los milagros no existan, porque si existieran, habría que responsabilizarse de los propios deseos, algo demasiado intimidante: «¿Antonia, y qué haría si le tocara la lotería?», le pregunto a una paciente ilusionada con sus décimos de Navidad. «Pagar mis deudas y ayudar a mis hijos». «¿Y con el resto?», añado. Me miró desconcertada y se removió inquieta en la silla sin contestar.

La construcción femenina

Texto publicado en la sección En los dos sentidos de la Red de Psicoanálisis y Medicina:

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Comentario del artículo de Suzanne Noël, La cirujana que reconstruyó las caras rotas de la Primera Guerra Mundial

La R.A.E. indica que para las profesiones en las que el masculino termina en –o, se usará la forma femenina acabada en –a, como es el caso de médico/médica. También indica «para los nombre de cargos, títulos, profesiones y ocupaciones, que en muchos casos han sido tradicionalmente ocupados por hombres y, por tanto, solo se ha empleado la forma masculina incluso para referirse a las mujeres que ocupaban ese cargo». Pero dice todavía más: «El femenino designaba entonces a la esposa del hombre que ocupaba un determinado cargo. Sin embargo, hoy se deben usar formas específicas para el femenino cuando los nombres son de dos terminaciones». Parece que incluso ha tenido que pronunciarse la Real Academia para poder nombrar a la mujer en roles para los que hace menos de un siglo no era necesario disponer de una palabra que la designara en su función, no como consorte.

La primera mujer licenciada en Medicina en España fue la catalana Dolors Aleu Riera, que terminó sus estudios en la Universidad de Barcelona en 1879, pero que no obtuvo el permiso para realizar el examen de licenciatura hasta 1882; resultaba complicado ser aceptada como igual en un mundo masculino incuestionable. Ejerció como ginecóloga y pediatra en Barcelona durante veinticinco años. Sin embargo, tras muchas décadas de marcado predominio masculino en la Universidad, como en el resto del escenario social de la Historia, en la actualidad la profesión médica se encuentra mayoritariamente ejercida por mujeres. Incluso atendiendo a los alumnos que están cursando los estudios de Medicina en este momento en nuestro país, más de la mitad son mujeres, con lo que la tendencia a la feminización de la profesión aumentará en los próximos años. Los motivos aducidos para que las mujeres decidan ejercer la Medicina son múltiples, creo que podríamos quedarnos en considerar uno solo: porque lo desean. Y es que pareciera insoportable aceptar simplemente esto y se necesitara aducir otras motivaciones menos inquietantes.

Así y todo, se suele hablar de médicos y enfermeras al referirse a estos colectivos profesionales, cuando atendiendo a la norma lingüística de usar el masculino para referirse a un grupo de personas compuesto por hombres y mujeres habría que decir médicos y enfermeros, dado que la enfermería la ejercen tanto mujeres como hombres —también mayoritariamente mujeres—. Parece que la labor de cuidador, más relacionada con la enfermería, sea más femenina que masculina; eso dicen también las estadísticas de quiénes cuidan a los familiares dependientes: las mujeres. El médico se asocia a una figura masculina, mientras que la enfermera es su ayudante femenina, no suele pensarse al revés.

Pero incluso con esta clara tendencia a la feminización de los profesionales de la salud, la mayoría de los puestos de responsabilidad en la administración sanitaria están ocupados por hombres. Aunque tengamos en este momento una ministra de Sanidad y hayamos tenido unas cuantas en los últimos años. Aunque la Gerencia de Atención Primaria de mi área de salud haya sido ocupada principalmente por mujeres desde siempre. Y este predominio masculino en un universo femenino, ¿a qué podríamos atribuirlo? Pues a lo mismo que lleva a las mujeres a las facultades de Medicina: al deseo. ¿Acaso es obligatorio desear lo que siempre han deseado los hombres? Las mujeres van elaborándose sus propios caminos profesionales, algunos más tradicionales, otros más creativos; la igualdad legal y de oportunidades no implica la igualdad de deseos, para los que el éxito profesional no viene dado, sino que hay que inventarlo.

En el artículo de Suzanne Noël se aprecia cómo la Cirugía Estética solo podría haber nacido de la mano de una mujer, si tenemos en cuenta que reconstruir una cara destrozada no era un asunto vital, quizá lo único que de verdad importaba después de la Gran Guerra. Sin embargo, fue de la mano de una cuidadora que muchos de estos hombres —soldados— pudieron salir a la calle por lo menos disimulando los horrores que todos se esforzaban por ocultar. En un mundo entre guerras, pensar en cuidados estéticos pudo haberse considerado incluso algo frívolo, pero esta cirujana no cejó en construirse su camino particular, por ahí cosechó su propio éxito y así benefició a muchos y abrió el camino a muchos otros… y otras.

Trankimazin que estás en los cielos

Texto publicado en la sección En los dos sentidos de la Red de Psicoanálisis y Medicina:

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Comentario del artículo La gente reclama fármacos para afrontar la vida:

Leí hace unos días una entrevista a Laura Hidalgo, una médica de familia, en la que comentaba: «La gente reclama fármacos para afrontar la vida», que me recordó una consulta reciente en el centro de salud de un paciente de algo más de setenta años, por lo demás con buen estado general de salud, en la que, ante mi propuesta de disminuir o suspender la prescripción crónica del tan venerado alprazolam (TrankimazinR), me rogó que no se lo retirara de la receta porque «doctora, es lo único que me ayuda a aguantar a mi mujer. ¿Sabe?, es que ella está enfadada con el mundo, y yo le digo que no va a ser el mundo el que esté contra ella, sino que ella está contra el mundo, y entonces se enfada más… No me quite la pastilla, por favor, que es lo único que me ayuda a soportarla».

He cambiado hace poco de cupo de pacientes a otro centro de salud urbano, por lo que todavía no los conozco, quizá por eso se producen consultas con menos prejuicios por ambas partes y los pacientes pueden escuchar palabras nuevas que les sugieran un discurso vital diferente.

Otra paciente, una señora también sobre los setenta años, acudió hace unos días angustiada no sabía por qué, siempre ha estado así. En realidad su demanda de consulta no era la angustia, sino cualquier otra, pero se le disparó ante mi indicación de que no podía continuar tomándose la poco conveniente mezcla de ansiolíticos —incluido, cómo no, el TrankimazinR— y antidepresivos que tenía prescrita desde hacía años y que posiblemente hubiera sido imposible cambiar antes. Al final, aceptó a regañadientes la modificación del tratamiento con mi propuesta de cita de seguimiento a los pocos días. Volvió a verme, parece que, aunque sea de manera discreta, ha cambiado una parte del apoyo en los fármacos a la conversación en la consulta y está algo más tranquila —sin Tranki—. Me comentó que lo que le pasa es por el cuidado de su marido enfermo: «Es que tiene muy mal carácter, doctora»El planteamiento que habría que sugerirle es por qué siempre ha estado tan nerviosa.  Estar nerviosa no es una enfermedad, sino una alerta del cuerpo a que algo va mal: «¿Qué ha venido estando mal en su vida, señora?». La señora lo respondió en la segunda consulta, parece que pudo intuirlo al disminuir la dosis anestésica, junto con una discretísima propuesta aperturista.

Situaciones vitales como estas, perpetuadas por no afrontarlas a tiempo, quizá anestesiadas largamente con fármacos y si no, con cualquier otra artimaña distractora —el cuidado de los hijos, las posibilidades económicas, el entramado familiar y social, los prejuicios ideológicos…—, producen un malestar que no tiene tratamiento farmacológico. Un malestar del que se tiene que responsabilizar cada uno, porque no puede ser de otra manera. Esa es la propuesta que hay que indicar a los pacientes porque es el único tratamiento efectivo, o los profesionales de la salud nos estaremos también distrayendo. Si no, continuaremos alimentando la estadística ilustrada en un artículo del periódico El Mundo del pasado septiembre: La España del Trankimazin: la ansiedad es la última epidemia, en la que aparece España como el país europeo con mayor consumo de sedantes. ¿Para sedar qué? La vida hay que vivirla sin anestesia.